"Die Fledermaus" para concluir felizmente el año

Usualmente, el fin de año lo reservo en un 50% de escucha musical a la obra de mi amada dinastía de los Strauss, pues desde que me comencé a adentrar en este maravilloso mundo de la música y sus distintos géneros, conocí el significado y valor musicales del famosísimo Concierto de Año Nuevo de la Wiener Philharmoniker (Orquesta Filarmónica de Viena). Pero de esto hablaremos dentro de los próximos días, una vez que hayamos disfrutado de este concierto que se celebra el 1 de enero de cada año, en esta ocasión a cargo de Christian Thielemann.

Comienzo con estas palabras ya que coincidió la programación de la Ópera de Bellas Artes con mi tradición de cada fin de año, pues decidieron presentar Die Fledermaus (El Murciélago) del buen Johann Strauss II (o Johann Strauss hijo, como prefieran llamarlo), sin duda alguna la opereta más famosa de toda la literatura operística. En ésta ocasión, fui el 13 de Diciembre acompañado de mi buen amigo Alfredo Villar, pues Gigi se encuentra en el extranjero.


De la dirección de escena se encargó una vez más Luis Miguel Lombana, quien ya ha empezado a "hacer callo" en esto de la ópera, y cada vez va refinando más su trabajo con cada producción de la que es director. Los diálogos fueron completamente en español, algo que tiene sus pros y contras. Fueron adaptados a un lenguaje un poco coloquial y actualizado, haciendo los chascarrillos más digeribles y graciosos para el respetable. 

En esta ocasión, la escenografía fue muy digna de un teatro de ópera de nivel e hizo justicia a un título como este, pues lució de una manera formidable en especial durante el segundo acto, con los plafones de fondo y a los costados que fungieron como reflejantes a manera de espejos, y hacían ver todo aún más brillante y luminoso - nos queda claro que en la Viena del siglo XIX sí que sabían hacer fiestas -. Durante el tercer acto, fue muy ingeniosa la manera en cómo colocaron las celdas de la cárcel y la oficina del alcaide para el desarrollo de la trama. Sólo le pongo leves reparos a la escenografía del primer acto, pues una vez más no se aprovecharon las dimensiones del teatro y se redujo todo a la habitación de Eisenstein. Aún con todo, en esta ocasión me dejo muy satisfecho la labor de Jesús Hernández, quien también estuvo a cargo de la  iluminación. El vestuario de Jerildy Bosch fue hermoso e hizo mancuerna con lo llevado a cabo por Hernández.


El acompañamiento de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, que igual que en Las bodas de Fígaro  del pasado mes estuvo bajo la batuta del maestro serbio Srba Dinić, fue solvente y adecuado, ya que en ningún momento sobrepasó a las voces y hubo jocosidad y alegría en dosis adecuadas; la obertura también sonó portentosa y pícara, mientras que las partes donde hay vals, fueron ensoñadas.  El coro de igual manera tuvo un desempeño formidable, en específico durante el segundo acto.

Del equipo vocal podemos decir que fue de lo bueno a lo muy bueno. Marcela Chacón hizo una gran Rosalinde, pues su voz de soprano dramática y su bella línea de canto van acorde con el papel.

El Gabriel von Eisenstein de José Adán Pérez fue, desde mi punto de vista, el mejor de las voces masculinas debido a su interpretación y arrojo en sus intervenciones. Su color es lindo y obscuro, algo que se agradece en un país donde, lo que supuestamente abunda, son los tenores.


Armando Gama (que, por cierto, canto las canciones de Gastón en La Bella y la Bestia, Disney, 1991) hizo dramática y vocalmente un Falke muy convincente. En esta ocasión me dejó un buen sabor de boca.

Especialmente brilló la Adele de Claudia Cota, pues su agudos y su técnica belcantista fue muy aplaudida por el público. Sin embargo, me gustó más el desempeño actoral y vocal de Guadalupe Paz como el Príncipe Orlofsky, pues tiene todas las cualidades que se buscan en una mezzosoprano; por desgracia sus diálogos no se escucharon claros, pues su voz hablada se vio afectada por el forzoso acento ruso que debe imprimirle a su personaje. Charles Oppenheim es excelente para papeles cómicos o de basso buffo, pues sabe hacer reír al público sin exagerar y su timbre vocal se presta a las características del papel, aunque en este caso no se trate de ópera italiana.

Como único reproche, es el desempeño de Enrique Guzmán, quien en varias ocasiones ya he tenido oportunidad de escucharlo (I Puritani u Otello) y sigue sin convencerme. Su voz es falta de volumen, un poco engolada y demasiado ligera, tal vez deba conseguirse un coach vocal nuevo. Aún así, durante el tercer acto en que su personaje Alfred se encuentra encarcelado, nos brindó uno de los momentos más graciosos de la velada, pues se puso a cantar arias puccinianas que iban con su situación de reo, como el E Lucevan le Stelle de Tosca. 

Una vez más, a pesar de las adversidades, la Ópera de Bellas Artes nos brindó una función digna y bien producida, demostrando que hay calidad operística en México. Incluso, en la "gala" que suele llevarse a cabo durante la fiesta del Príncipe Orlofsky durante el segundo acto, no hubo algún número vocal pero sí uno dancístico, pues para ejemplificar la historia del murciélago que se cuenta a los invitados, se hizo uso de la exquisita Tritsch-Tratsch polka de Johann Strauss II bailada por dos miembros del ballet.


Concluimos así casi el primer año de este blog. No me queda más que brindarles mis mejores deseos, esperando que el siguiente año esté lleno de éxitos, salud y todo los propósitos cumplidos.

¡Feliz año nuevo!

Atte: Julio César Celedón Orduña

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