La Ópera de Bellas Artes, principal compañía de ópera del país, es todo un caso de análisis en como la burocracia puede dañar a las instituciones públicas de una nación. Comienzo diciendo esto porque, a pesar de todos estos problemas internos administrativos que tiene la cultura en México, el pasado 18 de Noviembre del año en curso tuve la oportunidad de presenciar una digna función de ópera junto a mi amada Gigi, cosa que no se ve muy seguido en nuestro hermoso Palacio de Bellas Artes.
La ópera en cuestión fue Le nozze di Figaro (Las bodas de Fígaro), una de las obras maestras del genio de Salzburgo, el buen Wolfgang Amadeus Mozart, a quien ya dediqué una entrada en particular de su magnífica obertura. La calidad de la puesta en escena en general fue buena, al igual que la parte musical. Pero deshagamos el nudo hilo por hilo.
La escenografía, que corrió a cargo de Jorge Ballina, fue pequeña en comparación con las dimensiones del escenario del teatro, algo muy recurrente en últimos años y que, en lo personal, no es del todo correcto. Digamos que es como tener un Fórmula 1 y no correrlo a más de 80 km estando en un autódromo. Aún así, estuvo muy bien lograda, siendo funcional una plataforma cuadrada que se fue girando conforme iban sucediendo las distintas escenas; a su vez tenía varios muros falsos con celosías de estilo mudéjar, que de igual manera se iban acomodando para crear distintas habitaciones en las cuales se desarrollara la trama. Punto en contra es también la ausencia de la maquinaria teatral. Si hace no mucho se renovó la misma ¿por qué no utilizarla? Fueron los extras los que estuvieron sudando la gota gorda al mover todo. En fin, conceptualizaciones de la puesta en escena.
La iluminación y vestuario fueron acordes a la escenografía y producción en general, ya que esta se encontraba ambientada en la segunda mitad del siglo XIX; la primera pasó sin pena ni gloria, mientras que el vestuario lució en tonos monocromáticos entre el negro, blanco y gris, colándose por ahí uno que otro beige, rojo y azul.
Algo que que no me agradó en lo absoluto de la dirección de escena - de quien fue responsable Mauricio García Lozano - fue la inclusión de una secuencia actuada por los miembros del coro durante la obertura, algo así como queriendo mostrarnos la serie de enredos que se crean a lo largo de la ópera, pues se veía sin ton ni son a todos los personajes corriendo, persiguiéndose y armando un desmadre en el escenario. Terminó siendo un distractor para el público y no permitió apreciar correctamente la obertura, que por sí sola habla de la temática de la obra; incluso el ruido de las pisadas en la tarima del escenario no dejó escuchar algunos detalles de la magnífica pieza orquestal.
Y hablando de la música, precisamente la obertura tuvo una ejecución adecuada y bien llevada por parte de la Orquesta el Teatro de Bellas Artes, quién tuvo como concertador a su director artístico, el maestro Srba Dinić; su desempeño durante toda la ópera fue bueno y adecuado en lo que se refiere a velocidad, volumen y equilibrio con los cantantes. Algo digno de mención aparte fueron las intervenciones y acompañamiento de Ricardo Magnus, clavecinista estudiado y muy solicitado en Europa. Eso sí, un corno desafinado fue un error muy notorio durante el segundo acto. Aún así, cabe destacar la labor que ha hecho el maestro serbio con la orquesta, pues ha subido su nivel considerablemente desde que llevo escuchándola hace ya más de 10 años. Por su parte, el coro hizo una buena aparición, aunque fuera breve por los requerimientos de la partitura.
En lo que respecta a las voces, las femeninas salieron ganando sobre las masculinas en esta ocasión, pues el desempeño de los tres papeles principales para mujeres fue sobresaliente. Comenzando por la rumana Letitia Vitelaru, quien interpretó a Susanna de una manera convincente y con una línea de canto bella y bien ligada, aunque en el primer acto se le escuchó falta de proyección.
Narine Yeghiyan, originaria de Armenia, tuvo una noche formidable como la Condesa de Almaviva. Su color de voz, que oscila entre lo lírico y lo dramático, se amoldó muy bien a su personaje y pudo lograr cotas altas, sobre todo en el Dove sono i bei momenti.
Quien, a mi parecer, se llevó vocalmente las palmas (y actoralmente también) fue la mexicana Jacinta Barbachano de Agüero - por cierto, ha tomado clases magistrales con nada más y nada menos que Francisco Araiza y la legendaria Christa Ludwig - pues supo matizar correctamente y poner su voz al servicio de una de las más bellas arias de toda la literatura operística y mi favorita de la ópera en cuestión, Voi che sapete che cosa è amor. En ningún momento mostró falta de fuste o técnica, sino todo lo contrario. Hay que estar al pendiente de la carrera de esta joven mezzosoprano.
Pasando a los roles principales masculinos, el más sobresaliente desde mi punto de vista fue el ruso Denis Sedov. Si bien, su voz es un tanto pesada y obscura para el papel de Fígaro, no estuvo falto de técnica y, a diferencia de muchos bajos qué pierden volumen en el registro grave o medio, Sedov mantuvo el fiato durante toda la ópera y alcanzó los agudos, aunque con algo de esfuerzo.
Armando Piña, haciendo al Conde de Almaviva, me decepcionó relativamente en esta ocasión, pues me esperaba más de él ya que tiene un color de voz lindo y obscuro. No logró sobrepasar la masa orquestal y se opacó por sus compañeros en los tríos y sextetos.
Gabriela Thierry en esta ocasión tampoco dio el ancho en el papel de Marcellina, pues durante los primeros dos actos sus intervenciones fueron poco audibles y ya para los dos últimos mejoró, sin sobresalir a la altura de sus colegas femeninas. Algo similar sucedió con Arturo López Castillo, quien interpretó a Don Bartolo. El resto del elenco fue aceptable en sus colaboraciones.
No cabe duda que, aunque la situación económica del país y el presupuesto destinado a cultura no sean los mejores, cuando se le pone empeño las cosas resultan bien. Otros teatros nacionales con mucho menos dinero logran hacer cosas excelentes; así que no veo por que nuestra máxima casa operística no pueda volvernos a deleitar con producciones como esta. Como dice el refrán, "lo bueno sin que lo alaben, se alaba ello".
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