In memoriam: Just enormous, Jessye Norman

Cuando me iniciaba en el mundo de la lírica hace ya 13 años, comencé por acercarme a los más famosos y mediáticos: Pavarotti, Domingo, Callas (que nunca ha sido santa de mi devoción), entre otros grandes y también, algunos no tan grandes. Pero conforme me fui adentrando, conocí el sonido que buscaba en las voces que hasta la fecha se encuentran entre mis favoritas, y justamente una de mis predilectas nos acaba de abandonar el día de ayer, 30 de septiembre. 

La gran Jessye Norman dejó este mundo después de luchar con las complicaciones derivadas de una afección en su medula espinal. Just enormous le apodaban, por su increíble y poderosa voz, propia de aquella raza primigenia y que suele caracterizar a los afroamericanos: con una escala vocal amplia y bien asentada tanto en el registro grave como en el agudo, misma que le permitió cantar papeles de soprano dramática pero también algunos de mezzo-soprano; tenía una técnica interpretativa genial y un color que, a pesar de ser robusto, tenía crema y claridad, belleza y suntuosidad, sin caer en algunas manías y sonidos ingratos en los que incurren otras cantantes de su cuerda al matizar la voz. Esto le permitió ser una gran intérprete de R. Strauss y Wagner, sin dejar de lado sus orgullosas raíces negras al cantar también gospel y jazz.


No pretendo hacer una referencia biográfica, pues al igual que con Caballé (otra de mis favoritas) hay mejores lugares dónde buscar acerca de su interesante vida. Mi intención es rendir un modestísimo pero sincero homenaje a su faceta artística y recordar algunos de sus mejores momentos, para que el neófito en estos temas se dé una idea de la gigante personalidad y talento que poseía la soprano estadounidense.

Primeramente sería bueno explorar su faceta jazzística, que como todo buen músico afroamericano llevaba en la sangre. Este álbum - una delicia de principio a fin - fue grabado en vivo en la Berliner Philharmonie, lo que explica la buena acústica y calidad del registro. Dejando de lado la exigencia de la técnica operística y relajándose un poco, tenemos la famosa It don't mean a thing que le queda como guante, con bromas y risas incluídas.


Pasando a la música de concierto, nos ofreció de la mano de un Kurt Masur un poco blando y de tempi más bien lentos, una de las mejores grabaciones de las Cuatro últimas canciones de mi querido Richard Strauss. No tengo que decir más, sólo escuchen como va construyendo la arquitectura interna de la tercera canción titulada Beim Schlafengehen.


Para cerrar con broche de oro, uno de los puntos más altos de su carrera, donde tocó el cielo de la mano de un inspiradísimo Herbert von Karajan al borde de las lágrimas y que, en mi opinión, es la mejor versión de aquella sublime e inigualable página de la historia de la música que es la Liebestod pertenieciente a Tristan und Isolde de Richard Wagner. Benditos aquellos que pudieron presenciar este acontecimiento durante el Festival de Salzburgo de 1987, pues fue algo que nunca más se repetirá y que pasó a la historia de la música grabada como uno de los discos imprescindibles en la biblioteca de todo melómano. Una lástima que fuera la única colaboración entre estos dos gigantescos artistas. 

Simplemente... enorme.




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