Famosos musicales Clásicos #1: Huapango / Moncayo

Después de un tiempo sin pasar por estos rumbos (la carrera demanda todo mi tiempo actualmente) he decidido que, así como ya comencé la sección de "Famosos musicales", ahora iniciaremos con otra sección del mismo formato, pero con un adicionado en el título: Famosos musicales clásicos. 

Digamos que esta será protagonizada por mi más grande pasión, la música clásica, y tendrá el mismo objetivo que la sección anterior: aquellas piezas musicales que, aunque no seamos todos expertos en el tema, hemos escuchado una o varias veces en nuestra vida (gracias, Looney Tunes y demás caricaturas gringas), se nos han quedado grabadas y nos gustan pública o privadamente. Espero algunos se reencuentren o sorprendan con lo que escucharan por estos rumbos, a más de uno le evocará la infancia. Y qué mejor que iniciar con algo muy mexicano, dadas las fiestas patrias y la nacionalidad de quien escribe estas líneas. 

Corría el año de 1941 cuando, en el Palacio de Bellas artes casi recién inaugurado, se interpretó por primera vez esta obra sinfónica llamada Huapango, a cargo de la OSN (Orquesta Sinfónica Nacional de México), bajo la dirección de otro grande de la música académica mexicana, el maestro Carlos Chávez. Eran épocas en que el indigenismo y nacionalismo instaurados bajo el sexenio de Lázaro Cárdenas y difundidos principalmente por Diego Rivera, dominaban el panorama cultural del país. Chávez le encargó a José Pablo Moncayo la creación de un Huapango orquestal con la inspiración de los ritmos locales de Veracruz, y es así como Moncayo retoma tres de los sones jarochos más conocidos. Para el primer tema reconocible del inicio de la obra, se inspira en El siquisirí, para el segundo tema - un clásico mexicano - El Balajú, y para el tercero uno menos conocido pero igualmente bello, El gavilancito. Es así como reunió estos tres sones jarochos, los reinterpretó, les dio una pulidita y conformó el que por muchos es considerado “el segundo Himno Nacional Mexicano”. 

Por fortuna para Moncayo, es la segunda obra del repertorio sinfónico mexicano más tocada en el mundo (le quitó el primer puesto el Danzón No.2 de Arturo Márquez que después comentaremos) y famosísima en el país, versionada desde mariachi hasta electrónica. Pero también es una desgracia para él, porque no es la mejor obra del compositor de Guadalajara. Realmente es linda y “pegadiza”, pero es un poco falta de imaginación desde un punto de vista musical, aunque también hay que recordar que muchas veces en la sencillez está la belleza. Esta pieza musical pasó a opacar el resto de la obra del compositor, en la que hay muchísimo de la mejor calidad. Escuchen su Sinfonietta o Tierra de temporal para darse una idea de las capacidades compositivas y de orquestación que tenía el gran José Pablo. 

La versión que les dejo es mi favorita, aunque algunos ponen como referencia absoluta la interpretación del maestro Luis Herrera de la Fuente, y también habrá quien prefiera las versiones del talentoso pero inconstante Gustavo Dudamel. Corre a cargo - igual que muchas de las otras grandes - de la OSN bajo la batuta de Enrique Arturo Diemecke, en la que fue para mí la mejor época de esta formación – aún me tocó ir a verlos al Palacio de Bellas Artes cuando era niño – y tiene varios puntos para ser considerada mi predilecta. Primero: antes que nada, hay que considerar el estado de la orquesta, que nada tiene que ver con su actual mediocridad. En aquellos tiempos, sin ser precisamente la mejor orquesta del país, sí que sonaban dignos para llamarse Sinfónica Nacional. Segundo: la toma sonora no es claramente la mejor, ya que hace falta más brillantez en la cuerda y los metales, pero las maderas, la cuerda grave y percusiones (¡vaya bombo!) son bien captadas en la grabación y es mucho mejor la calidad sonora que en versiones anteriores con la misma orquesta. Tercero y más importante: la batuta. El maestro Diemecke tiene un sentido del color y delectación melódica muy bien afincados en la tradición europea. Digamos que lo trae en la sangre. Esta versión tiende mucho al romanticismo, el director opta por tempi más bien tranquilos antes que festivos en comparación con otras versiones (escúchese el sólo de arpa en el tercer tema, tierno y sensual al mismo tiempo) aunque no por eso deja de lado la alegría en los clímax de la obra. Es por eso que puede prestarse más al disfrute y análisis de la obra, y no irse meramente por el espectáculo sonoro que impacta al público. 



Para quienes me leen del extranjero, les explicaré por último que es El grito: es un breve discurso que dice el presidente mexicano desde el balcón principal del Palacio Nacional la noche del 15 de septiembre. Se dirige a la multitud en la Plaza de la Constitución a manera de evocación, porque de igual manera lo hizo Miguel Hidalgo la madrugada del 16 de Septiembre de 1810, comenzando así el movimiento que diera independencia a la Nueva España para convertirse en México. Les menciono esto porque, después de El grito, siempre viene un espectáculo pirotécnico acompañado de música, y es precisamente cuando sale a relucir el Huapango de Moncayo, de ahí que toda persona que se digne de ser mexicana lo ha escuchado, aunque sea una vez en su vida. 

No me resta más que decir… ¡Viva México!


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