Al sur de la enorme y caótica
Ciudad de México en la demarcación de Xochimilco (han de saber que soy nativo
de ahí) se encuentra un sitio que, como bien indica el título de la entrada, es
un oasis en el desierto citadino. En medio del ajetreo de la rutina diaria,
tráfico, contaminación, escándalo y confusión que conforman ésta contradictoria
megalópolis, hay un pequeño paraíso de cultura, arte, tradiciones, flora, fauna
y armonía plausible; así es como siempre he visto al Museo Dolores Olmedo cada
vez que lo visito desde hace más de once años. No es tal vez el único lugar con
éstas características que hay en la ciudad – ya habrá tiempo para nombrar otros
cuantos – pero éste sitio tiene un aura muy particular y entrañable. Se siente
desde que uno ve ese frontón de piedra en la entrada principal y entra a través
de las pesadas puertas de madera, la sensación es la de estar en un lugar de
provincia, fuera de la urbe, como si fuéramos a otro estado de la república
dando un salto en el tiempo y como si nos invitara a pasar un excelente día sin
prisas ni apuros, con tranquilidad y serenidad.
Historia
Historia
Durante el siglo XVI los
españoles llegaron y colonizaron el actual territorio mexicano, sometiendo en
su camino a diversos pueblos de los cuales los Mexicas fueron los más poderosos
e importantes. Sin embargo, de las siete tribus nahuatlacas que se asentaron originalmente
en el Valle de México, la primera en constituirse durante el siglo X y la última
en ser sometida por los conquistadores fue la de los aguerridos xochimilcas.
Menciono este breviario histórico porque, justo el sitio donde se encuentra el
actual museo, era un importante lugar de oración y festividad antes de la
llegada de los españoles y, además, fue el lugar donde se estableció el ultimo
tlatoani xochimilca, Apochquiyauhtzin.
Los orígenes de la actual construcción tienen lugar en una finca agricultora, conocida popularmente como Rancho de San Juan La Noria o por su nombre real, Hacienda La Noria. Se le llamó así - muy probablemente - porque en el medio del patio central del casco había un pozo que poseía una noria, servía para extraer el agua y poder surtir a la hacienda; aún en la actualidad se pueden observar las reminiscencias de aquel pozo, convertido ya en jardín. Los terrenos de la hacienda abarcaban cientos de hectáreas y distintas zonas, entre ellas, el cerro que está detrás del casco llamado por los antiguos pobladores Tzomolco y que actualmente alberga un seminario católico en la cima y unidades habitacionales en las faldas. También quedaba dentro de la propiedad lo que actualmente es el Club Cruz Azul A.C. de fútbol, la inmensa extensión del Panteón Xilotepec, un jardín de eventos sociales en la parte trasera del museo y un famoso ojo de agua - un manantial ya extinto - que fue germen de muchas leyendas, como la del Charro Negro (dedicaré una entrada posteriormente a los mitos y leyendas de Xochimilco), una personificación del diablo que es famosa en muchos sitios del centro del país.
A través de los siglos la hacienda fue
perdiendo el esplendor que alguna vez tuvo, fueron fraccionándose sus ejidos y
quedando en las ruinas y el olvido. En 1962 el inmueble y el restante de sus
terrenos fue comprado por una mujer emprendedora, hábil en los negocios y,
sobre todo, amante del arte y su país: María de los Dolores Olmedo y
Patiño Suárez. Dedicaré posteriormente una entrada a Doña Lola, ya que a pesar
de no ser yo partidario del feminismo, es una de las mujeres que más admiro y
un ejemplo digno de lo que es en verdad ese concepto, no las estupideces que
perpetran algunas mujeres que enarbolan la bandera feminista en la actualidad.
Mandó a restaurar el casco de la hacienda y recuperar en gran parte su aspecto original, mientras que muchos de los terrenos aledaños o de otras zonas en Xochimilco, los donó para la construcción de obras públicas y escuelas. Al momento de restaurar la hacienda se mantuvo el sistema constructivo original, como son los techos de viguería de madera, bóvedas, contrafuertes, muros gruesos y aplanados, pisos de duela, ladrillo o cantera, y se respetaron en general los acabados y decoraciones. También se sumaron nuevos espacios al complejo como las habitaciones privadas de Doña Lola y se acondicionaron otros como los antiguos graneros.
Por otro lado, Dolores Olmedo se
codeaba con la crema y nata de la política e intelectualidad de la época, hecho
que la llevo a ser una gran amiga de Diego Rivera desde su juventud. En la
década de los 50’s, bajo el asesoramiento de Rivera, Lola comenzó a reunir la
obra del pintor comprando parte de la misma, para fusionarla con otros cuadros que
le habían sido obsequiados por él mismo tiempo atrás y así amasar su gran
colección. A la par, fue creando una compilación de piezas de arte prehispánico
y, dada la confianza y amistad que existía entre ambos, el muralista la asignó
como regente de la obra de Frida Kahlo y su museo, así como del Anahuacalli. Una
vez remozada la hacienda, Dolores Olmedo se estableció en ella y la uso como
casa durante el resto de su vida. El 17 de septiembre de 1994, abrió las
puertas del museo al público mexicano aún mientras vivía ahí; se le podía
observar de vez en cuando pasear entre los jardines. Doña Lola falleció en el
año 2002, dejando todo su legado a través de un fideicomiso que a su vez fue
administrado por sus hijos, algunos de ellos ya fallecidos también.
Primeras
impresiones y colección privada
Uno no sabe si asombrarse con lo
verde de sus pastizales y jardines bien conservados, con la magnificencia que
aún conserva el casco de lo que alguna vez fue la Hacienda La Noria o con las
colecciones de arte que alberga en sus salas. Es una sensación única el estar
en lugares históricos e imaginarse lo que sucedió hace años (siempre me sucede
en estos sitios, como el Palacio de Iturbide que ya comenté aquí). Se llega de
manera más fácil utilizando el Tren Ligero y bajando en la estación La Noria.
Caminando, el museo se ubica a menos de 10 minutos. La entrada es imponente,
llena flores de bugambilia y en la misma se ubica una tabla de información en
donde se puede leer lo siguiente: público extranjero: $100; público nacional:
$50; estudiantes y maestros (nacionales): $25; INAPAM (adultos mayores),
personas con discapacidad y niños menores de 6 años: $5. El permiso para tomar
fotografías dentro de las salas es de $30. Cabe
mencionar que los martes la entrada es gratuita a todo el público en general.
Una vez entrando, podemos mirar una pequeña calzada al centro del plano visual, adornada por jardines que son hogar de especies vegetales endémicas de México y Xochimilco. En primavera se pueden observar orquídeas y todo el año se encuentran esos gigantes magueyes, inspiración de la obra de Pablo O’Higgins que más adelante comentaré. Otros habitantes del museo son los vistosos y ruidosos pavos reales, además de gansos, patos y guajolotes. Sin embargo, los más queridos y admirados por la gente que visita el museo, fueron también los preferidos de Doña Lola, Diego Rivera y Frida Kahlo: los perros xoloitzcuintles, ahora tan famosos mundialmente por el éxito de Disney-Pixar, Coco. Desconozco el número de ejemplares con que cuenta el museo actualmente, pero estimo que son aproximadamente de doce a quince.
Una vez entrando, podemos mirar una pequeña calzada al centro del plano visual, adornada por jardines que son hogar de especies vegetales endémicas de México y Xochimilco. En primavera se pueden observar orquídeas y todo el año se encuentran esos gigantes magueyes, inspiración de la obra de Pablo O’Higgins que más adelante comentaré. Otros habitantes del museo son los vistosos y ruidosos pavos reales, además de gansos, patos y guajolotes. Sin embargo, los más queridos y admirados por la gente que visita el museo, fueron también los preferidos de Doña Lola, Diego Rivera y Frida Kahlo: los perros xoloitzcuintles, ahora tan famosos mundialmente por el éxito de Disney-Pixar, Coco. Desconozco el número de ejemplares con que cuenta el museo actualmente, pero estimo que son aproximadamente de doce a quince.
Lo primero que antes se hacía era
visitar las habitaciones privadas de Doña Lola, pero lamentablemente es algo
que no se puede hacer ya. Les contaré el por qué a medias, ya que hay diferentes
versiones de las distintas señoritas encargadas de sala a las que pregunté: 1.-
Porque la colección privada de Dolores Olmedo era una herencia y se repartió al
resto de la familia a la muerte de Carlos Phillips, uno de los hijos de Lola y
presidente del fideicomiso; 2.- Porque el hijo que ahora está a cargo del
fideicomiso, a la muerte de su hermano quiso llevarse la colección privada a su
propiedad; 3.- Porque simplemente se están remodelando las habitaciones
privadas de Doña Lola y la colección la volverán a exponer en cuanto sea
oportuno. Mientras son peras o manzanas, ya van aproximadamente dos años sin
que se haya vuelto a montar ésta exposición permanente. Y es una lástima, ya
que era una parte esencial del museo para poder entender mejor la gran vida de
esa mecenas del arte que fue Dolores Olmedo.
En fin, mientras esperamos que se
vuelva a articular dicha colección, les puedo comentar que era de un gusto
exquisito y heterogéneo: tenía obras varias de arte oriental, como eran mosaicos
hechos de teselas de materiales distintos, jarrones y diversos tallados en marfil
y piedras preciosas. También mobiliario antiguo de la época novohispana,
así como de origen oriental nuevamente y dos leones chinos (sí, como esos que
hay en la ciudad prohibida pero más pequeños); algunos retratos al óleo y
grabados de ella, sus hijos y su madre, hechos por su esposo Howard S. Philips y Diego Rivera. Un comedor de excepcional belleza, hecho en mármoles, ónix y
jade, un capote de torero tejido en fino hilo de oro con la imagen de la Virgen de Guadalupe (no recuerdo a quien
perteneció, pero debió ser algún matador muy famoso), más de 4000 libros (no
todos en exposición) y muchas, muchísimas fotos de Lola a lo largo de los años,
desde su infancia hasta sus primeros pasos en los negocios y el arte; momentos plasmados con los
políticos, artistas y actores de la época, hasta con el papa Juan Pablo II. Al final de
aquellas salas encontrábamos su recámara, con su cama en sábanas de terciopelo
rojo y demás decoraciones.
Por el momento les dejo ésta primera parte de la reseña, pues hay aún mucho más que decir y poco espacio para plasmarlo (no quiero aburrirlos con una reseña tan larga). Sólo resta esperar que lo escrito haya sido de su agrado o utilidad, y la siguiente entrada se las dejaré justo aquí en su debido momento.
Página oficial
Estacionamiento: No, aunque se puede dejar en la calle aledaña sin problema alguno. En fines de semana y días de alta afluencia, hay personal que cuida los autos a un bajo costo.
Tiempo de recorrido promedio: 2 ½ hrs.
Estacionamiento: No, aunque se puede dejar en la calle aledaña sin problema alguno. En fines de semana y días de alta afluencia, hay personal que cuida los autos a un bajo costo.
Tiempo de recorrido promedio: 2 ½ hrs.
Nota: Les dejo la calificación para la siguiente entrada, ya que en ésta no se ha concluido la reseña de la colección.
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