Turandot (¿o Liù?) en Bellas Artes: lamentable reposición

Escribo estas líneas para desahogarme después de haber presenciado el pasado 23 de junio la peor función de ópera en mis 17 años asistiendo a nuestro querido y, tristemente venido a menos, Palacio de Bellas Artes; parece increible que el teatro lírico más importante del país no tenga cabida para presentar ópera de calidad aunque haya sido diseñado ex profeso para ello hace ya más de 120 años. Desconozco a detalle las razones que llevaron a tal fiasco, pero me atrevería a apuntar dos principales problemáticas: a) la evidente reducción al presupuesto destinado a las instancias culturales (INBAL, Compañía Nacional de Ópera) y b) la ausencia de creatividad y malas prácticas burocráticas en la Ópera de Bellas Artes. La producción en lo general fue paupérrima y el primer elenco del estreno (desconozco la actuación del segundo) tuvo muchos altibajos. ¿Por dónde comenzar? 

De lo poco original y rescatable, unas marionetas para narrar los deseos nupciales de Ping, Pang y Pong.

1. Cual culebrón, nos dejaron picados 

En supuesto homenaje a los 98 años del estreno de este título y 100 aniversario luctuoso de Giacomo Puccini, se presentó esta ópera tal y como fue en su famoso estreno cuando Arturo Toscanini detuvo la música una vez terminada la escena de la muerte de Liù; es decir, hasta donde el compositor de Lucca concluyó antes de morir, y omitiéndose el final completado por Franco Alfano. Pero conociendo el contexto burocrático, financiero y de crísis creativa que hay en la OBA, esto olió más simple y llana hueva y mediocridad que a falta de presupuesto. Y aún así, dejando de lado mis meras especulaciones, ¿por qué no tener la decencia de avisar al público (desde el cartel, no un minuto antes de empezada la función) que se iba a presentar la versión sin el final de Alfano? Me sentí timado. Como si hubiera pagado mi entrada al cine y me cortaran los últimos 20 minutos de película.

2. La fiebre por los escalones no acaba

Tengo especial interés en la escenografía, ya que mi formación como arquitecto y mi pasión por las artes escénicas se combinan en esa disciplina. Pues bien: lo que vimos a cargo de Jesús Hernández en el escenario del blanquito fue una serie de escalinatas... ¡Y ya! (¿?) 

¿En serio? ¿No se pueden curar su fiebre por los escaloncitos? Entiendo que no haya financiamiento (ni interés, ya no son épocas) para hacer escenografías a lo Zefirelli, pero es que se pueden hacer montajes con lo mínimo necesario y aun así ser visualmente estéticos y atractivos, pero sobre todo, funcionales. Lo último quedó en evidencia cuando los movimientos del coro y protagonistas fueron bastante entorpecidos por la disposición de los distintos niveles de escalinatas en diagonal (con respecto al proscenio) y con los accesos en distintos niveles a través de una serie de bambalinas negras (de lo más básicas y feas) tristemente decoradas en sus marcos. "Coronaban" la escenografía un ciclorama de fondo cambiante con la iluminación, una proyección digital que a ratos era luna y ratos gong, unos listones pinches para "separar" las dos escenas del segundo acto (¿?) y unas banderas colgantes al momento de los acertijos. Si la escenografía pudo salvarse un poco a ratos fue por el diseño de iluminación de Ángel Ancona, porque para quien no conoce esta ópera pensaría que la historia se desarrolla en el mismo lugar a lo largo de los tres actos... ¡Lugar que tampoco se termina de entender dónde conchas queda o cómo es! 

En resumen, una escenografía de lo más plana, aburrida e inexpresiva. Tanto así que ahora prefiero la de la producción anterior -y eso es mucho decir- en la que se entiende, de menos, que la trama se desarrolla en algún país oriental; aún a sabiendas que también su manufactura no era de primera, y sus líneas y colores un tanto caricaturezcos. Dejo la comparativa y juzguen ustedes.

De la puesta en escena antigua...


Y de la producción nueva.
                                                                                     

3. Lo mejorcito de la producción

Lo mejor de todo fue el diseño de vestuario que lució por su sencillez, manufactura y líneas simples pero elegantes, con tocados de buen ver y telas que no se sentían corrientes al ojo; nada de extravagancias injustificadas. Todo esto a cargo de Carlo Demichelis y Jerildy Bosch. El vestuario se complementó atinadamente con el maquillaje y peluquería de Cinthia Muñoz (colaboradora frecuente de las nuevas producciones) que sensatamente siguieron la misma línea expresiva.

En cuanto a la dirección de escena a cargo de Ignacio García me pareció un poco estática -muy probablemente debido a la escenografia, así que no juzgaré tan duramente- y a ratos exagerada -le metieron una madrina al pobre de Timur al inicio del tercer acto- pero en líneas generales cumplió con su cometido.

4. Pero... ¡Ay! los conjuntos

Es sabido que en el coro hay varios cantantes que ya no dan el ancho; sin demeritar su trabajo o ganas de seguir en el negocio, ya muchos deberían jubilarse y dar paso a nuevas generaciones (sobre todo en la cuerda de las sopranos, claramente se escuchan muchas voces ya gastadas por el natural paso del tiempo). ¿O es que esto también responde a las cuestiones burocráticas y sindicales? Seguramente. Lo que es un hecho es que su desempeño fue de menos a más, comenzando con entradas fallidas, sin hacer mucho caso a la batuta y, francamente, gritando y desafinando los agudos que opacaban a la orquesta. De igual forma parece que no hubo dirección coral (el director huesped fue Jorge Alejandro Suárez) porque las dinámicas y equilibrio polifónico fueron pobres. Afortunadamente para el segundo y tercer actos la cosa mejoró un poco, pero aun así no fue la mejor noche de este conjunto.

Por otro lado, la  orquesta sufrió una suerte similar, empezando muy floja y mejorando un poco para el final, teniendo serios desajustes en sus entradas, unas maderas muy tímidas, metales poco empastados y muy faltos de fuelle, y percusión -tan importante en esta partitura- fuera de tempi en varias ocasiones. Las cuerdas fueron la sección que mejor salió parada, aunque en algunas ocasiones fue muy plana su intervención.

Pero gran parte de que los conjuntos del Teatro de Bellas Artes se sintieran fofos tiene mucho que ver con la dirección de un Enrique Patrón de Rueda que ha perdido parte de su electricidad. Vamos, sabemos que el director sinaolense nunca se ha caracterizado por ser minucioso en la disección del entramado orquestal, no nos descubre nada nuevo y es más bien un director de brocha gorda. Pero es que lo que sucedió el domingo cayó en lo rutinario, pasó de largo por una partitura que conoce, tal vez, mejor que ninguna otra... No hubo compromiso, matices claros, cantabilidad y delectación melódica, ni construcción clara del edificio sinfonico-vocal, las tensiones no fueron bien planificadas y ese sentido de la inmediatez teatral -que era virtud de su batuta- fue sustituido por el nerviosismo. ¿Será que solo vino a cumplir sin más, dada su mala relación con administraciones anteriores del recinto? ¿O de plano los conjuntos de esta compañía operística son ingorbernables y no respondieron a sus indicaciones? 

Sea como fuere, otra de las supuestas cualidades del maestro es su trabajo y atención con las voces; bueno, pues en esta ocasión no hubo mucho de ello, lo cuál nos lleva al siguiente punto...

5. Una ópera llamada Liù (¿deseo culposo de Puccini?)

Del terrible y exigente papel de la princesa china, Othalie Graham hizo una encarnación decente diez años atrás en la Sala Nezahualcóyotl con el mismo Patrón de Rueda (mejor también en aquella ocasión) en una versión de concierto. Ahora, los años no han pasado en balde y su Turandot fue lo peor del elenco principal, evidenciando una voz muy desgastada, con un vibrato muy amplio que hacia casi imperceptibles las notas cantadas, un metal estridentemente molesto y una musicalidad ausente. Tristemente, dio pena. 

El Calaf de Héctor López intentó salir airoso de la empresa con empuje y expresividad, pero su voz le quedó chica -con o sin metáfora- al personaje, pues es carente de squillo, proyección, fiato y el timbre heróico asociado al papel. "Es como Nemorino queriendo ser Calaf", me decía atinadamente una querida amistad. 

Timur cumplió sin mayor problema ni gloria en voz de Jesús Ibarra, al igual que el mandarín de Alejandro Paz, el emperador de Álvaro Anzaldo y las tres máscaras, Ping (Hugo Barba), Pang (Gerardo Rodríguez) y Pong (José Luis Gutiérrez), sobresaliendo especialmente el primero en sus partes solistas y un poco corto de voz alguno de los tenores, aunque no logré identificar bien cuál de los dos.

Uno de los ministros del emperador luciendo el buen maquillaje y vestuario.

Sin embargo, la noche se la llevó en definitiva la soprano Leticia de Altamirano (¡cómo no recordar su gran Elvira en I Puritani de hace algunos años en el mismo escenario!) quien encarnó a una Liù muy bien desarrollada dramáticamente hablando, con una línea de canto bien depurada y lírica, matices por acá y allá sin ñoñerías y apianando como pocas voces pueden en el panorama operístico nacional actual. Su merecida dósis de aplausos (la muerte de su personaje fue lo único que logró emocionarme en toda la noche) fue más que diferenciada del resto del elenco. La ópera presentada fue Liù, no Turandot.


En fin. Podríamos seguir hablando de otras cosas (como la edición de la partitura usada en este teatro y los recortes que se le hicieron en la introducción del tercer acto) pero creo que con esto logro desahogarme un poco y levantar la voz, pues he leído algunas líneas escritas por ahí elogiando lo sucedido aquella noche, o narrando, sin la mínima puñetera idea de ópera, sobre esta puesta en escena. Y creo que no soy el único que salió decepcionado de que, una ópera que se ha montado cada dos o tres años en este teatro durante los últimos tres lustros, y que debería tenerse dominada hasta el hastío, haya sido masacrada de tal manera. Y que el supuesto máximo recinto cultural del país no pueda darnos ópera de calidad, por "x" o "y" circunstancias. A este paso, a uno solo le queda refugiarse en los discos y plataformas de streaming, soñando con mejores épocas para nuestro palacio de mármol.

(Las fotos fueron tomadas del Facebook oficial de la Ópera de Bellas Artes)


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