Retorno triple a la Neza: Sibelius, Dvořák y Tchaikovsky

Después de poco más de dos años de no presenciar ningún evento en vivo y como se debe, tuve la oportunidad de regresar a la Sala Nezahualcóyotl con sendos platos fuertes en los programas que seleccioné asistir; el retorno fue triple y el gusto de volver a escuchar ésta música en vivo es inigualable, independientemente de los resultados de cada concierto.

Xenakis, Tower y Sibelius (28 de mayo)

La OFUNAM, mi orquesta de cabecera, dejó en tiempos de pandemia a su director titular anterior, el maestro Massimo Quarta; por decisión de la orquesta o por otros intereses del director, ya no se renovó contrato. Comienzo aclarando esto porque noté un leve descenso en la calidad de la orquesta, específicamente en las cuerdas que tanto trabajo costó a Quarta empastar años atrás. Claro, también podemos justificar esta desazón con que la orquesta se reune apenas después de tanto tiempo de no ensayar en conjunto. Sin embargo, pienso que tiene más peso la primera cuestión.

En primera instancia se ofreció en esta fecha la obra de Iannis Xenakis Metastaseis para conmemorar los 100 años del natalicio del polímata rumano-griego-francés. Obra con la dificultad propia de las composiciones "contemporáneas", en específico por unos glissandi que son de miedo si no se ejecutan correctamente. Una ejecución bastante buena a decir verdad y una interpretación cabal por parte del maestro Ludwig Carrasco. La siguiente obra, Sequoia, de la compositora estadounidense Joan Tower hace gala de una sección nutrida y brillante de percusiones y metales. Vamos, que es una pieza para impactar al público aunque no aporte gran material cualitativo. Misma situación interpretativa que con la pieza anterior.

Sin embargo, la gran protagonista de la noche que fue mi sinfonía favorita de Sibelius, la quinta, pecó de ligereza y monotonía en algunas secciones. El primer movimiento obtuvo la dósis correcta de majestuosidad, misterio y lirismo que requiere, pero la arquitectura general no logró esa dificil articulación que solicita el compositor finlandés en esta obra - ya decía él mismo que sus piezas eran rompecabezas inconexos de ideas musicales variadas - y no llegó a levantarse el edificio sinfónico como es apropiado. Algo mejor el segundo movimiento, si bien no hubo nada personal por parte de Carrasco. El Allegro molto tuvo serios desajustes en su dificil inicio en la sección de cuerdas, cuestión dificil de discernir si atribuírlo a la orquesta o a una batuta no atenta al pulimiento sonoro. Se extrañó un poco más de resignación y sentimiento de resolución que tiene este ultimo movimiento. Aún así, disfruté mucho el concierto.

Rodríguez, Vásquez y Dvořák (18 de junio)

De nuevo la OFUNAM y la batuta de Carrasco al frente. De la primera obra, Umbral, de la compositora mexicana Marcela Rodríguez - quién subió a recibir el aplauso del público - poco puedo decir; no es que no resulte atractiva la pieza, pero me resulta similar al caso anterior de Joan Tower. Sin embargo, en una entrevista previa al concierto ella dice algo que nos ocupa para reflexionar: "debería de ejecutarse menos música de siglos pasados y más música contemporánea, si así fuera, la gente la vería como algo común y consumible, así como en épocas pasadas se consumía y escuchaba a los compositores de antaño". Tiene un punto, aunque tengo un problema con esa afirmación: que la calidad de lo que se compone en la actualidad (dentro del género que nos ocupa) es ínfima si lo comparamos, incluso, con lo que se hizo en la primera mitad del siglo XX; ya ni hablemos del siglo pasado. En fin.

Sorpresa, en cambio, fue para mi conocer el Concierto para violín y orquesta No.1 del poco conocido compositor José Francisco Vázquez. Quién fuera director de la OFUNAM décadas atrás, nos legó este concierto que me pareció de lo más inspirado, lírico, tierno y brillante que hay en el corto catálogo de obras mexicanas. Resulta muy "romántico", con una inspiración que me recordó a los respectivos de Mendelssohn o Bruch. La violinista francesa Anna Göckel es poseedora de una técnica excelsa y de un bello sonido, aunque un poco pequeño y afilado. Aun así, se lució enormemente en las partes más inspiradas y derrochó virtuosismo. La batuta de Carrasco fungió como una gran base y acompañamiento a la solista; se ve su familiaridad con la obra, pues tengo entendido que en su faceta de musicólogo ha contribuido a rescatar y difundir este bello concierto. Una lástima que aun no haya una grabación del mismo.

Anna Göckel interpretando el Concierto para violín. Fotografía tomada del Twitter de la OFUNAM

Terminó el concierto una Sinfonía No.8 de Dvořák con cierto aire de decadentismo bien entendido y la rusticidad que exige este compositor. Se sintió más cómodo a Carrasco en esta sinfonía que en su comparecencia anterior. Los tempi permitieron delectar las bellas melodías, en especial en un tercer movimiento muy bien logrado. El Allegro ma non troppo final logro extraer esa rítmica y progresión al triunfo que se aprecia en los últimos compases.

Olmedo, Ravel y Tchaikovsky (26 de junio)

Las orquestas universitarias tienden a presentar fallos en sus distintas secciones, cosa perfectamente normal entendiéndose que apenas comienzan su carrera como músicos profesionales, por no hablar del relativo constante cambio de sus integrantes cuando acaban su "residencia" y se mudan a orquestas más grandes provocando el tener que pulir a los recién llegados. Aun así, la OJUEM es una de las mejores orquestas estudiantiles que hay en el país, ya lo he dicho antes. Por otro lado, también lo he mencionado, la labor de Gustavo Rivero Weber es muy buena para lo que nos atañe, una orquesta universitaria; sin embargo, siempre me ha parecido correcto pero sin imaginación interpretativa... ¿O es que no vale la pena devanarse los sesos en una orquesta con las condiciones antes mencionadas? Puede ser, o puede no ser...

Obertura Luisa, Op.15 como entrada. Obra de Guadalupe Olmedo - primera compositora graduada del Conservatorio Nacional en el México de 1875 - que denota una influencia muy italiana (¿verdiana?) en su forma. Ejecutada e interpretada con mucha festividad y alegría por parte de la orquesta y batuta. Después se presentó nuevamente en el escenario la notable Anna Göckel para mostrarnos su lado más felino e interpretar una Tzigane raveliana especialmente virtuosa y en absoluto contenida, si bien se extrañó un poco de sensualidad y volumen; aun así, globalmente lo mejor de la noche.

Para cerrar la noche, nada menos que la "Patética" de mi amado Tchaikovsky. Es inevitable no emocionarse con semejante monumento de partitura, pues he acabado en las lágrimas como suelo hacer cada que escucho esta sinfonía. Pero es importante matizar, en especial por la batuta lógica pero un tanto mecánica del maestro Rivero Weber. Un primer movimiento bien logrado sin especial atención al detalle pero sí a la arquitectura de tensiones, caben resaltar algunos detallitos con la sección de cornos que tiene especial protagonismo en ciertas secciones. Un segundo, en cambio, pasado de largo, sin dar pie a esa melancolía de la que es propia la sección central, no hubo espacio para la delectación melódica. El tercero, como suele ser, triunfal y atronador (hace falta un poco más de atención al timbalista, pues se pasó de rosca en ciertos fortes que hasta él mismo se dio cuenta) pero con serios desajustes en la sección de cuerdas; claro, no faltaron los aplausos al final de esta sección... ¿Habrá algún día en que se me haga escuchar esta sinfonía sin que se rompa la atmósfera entre el tercero y cuarto movimientos? Y justamente, el último movimiento fue posiblemente el más logrado, teniendo esa dósis de amargura, pasión, tristeza, drama y "muerte" que es necesaria en esta música; bien lo dice Ángel Carrascosa, "es una sinfonía que debe dirigirse a tumba abierta"

En líneas generales, una interpretación correcta que no pretende "incomodar" al respetable, pero que cayó un tanto en la monotonía. Con todo lo dicho, algo que me hizo saber que estaba correcto en mi apreciación del Adagio lamentoso, fue ver como al final de la interpretación el maestro Rivero Weber se tomo su tiempo para bajar las manos y voltear, con un gesto de "esto es todo, ya no hay más" al público y recibir los siempre discretos aplausos que provoca esta sinfonía; y aun más conmovedor fue ver a uno de los jóvenes chelistas retirarse por un instante el cubrebocas para secarse las lágrimas. No estaba solo en mi sentimentalismo.

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