André Rieu y sus chicos en la Ciudad de México



Dentro de esas piezas musicales que todos hemos escuchado alguna vez en la vida, de esas que cantamos aunque no sepamos el autor, se encuentran muchas obras de la prolífica dinastía vienesa Strauss. Valses, polcas y marchas integran la vasta colección de Johann Strauss padre y sus tres hijos: Johann II, Josef y Eduard. Por otro lado, se pueden encontrar en el mercado un sinnúmero de interpretaciones que van de lo malo, pasando por lo mediocre hasta la perfección, escúchese a Karajan, Kleiber, Prêtre, Maazel, entre otros grandes.

Pero hay un violinista y director neerlandés (holandés para los cuates) que debe considerarse a parte, no puede evaluarse bajo los mismos parámetros, porque se encuentra entre el elitista y riguroso mundo de la música docta, pero también en el mediático y masivo mundo de la música popular. Sería injusto compararlo con los anteriores, ya que nunca ha hecho gala de tener la perfección técnica o estilística entre sus dedos u orquesta; simplemente se declara amante de su labor, viajero del mundo y divulgador de la cultura musical.

André Rieu y su orquesta Johann Strauss, visitaron de nuevo el coloso de Reforma el pasado 20 de Marzo. Afirma que le gusta venir a México, por la dimensión cultural de nuestro país, pero también por algo que parece ser infalible a la experiencia de todo extranjero que pise nuestras tierras: la calidez de los mexicanos. Dice que de los mejores públicos que ha tenido, el nuestro está en el tope de la lista (esto tiene sus pros y contras, lo explicaré en otra entrada).

La velada comenzó en punto de las 20:30 con Rieu marchando junto a sus músicos entre el público, rumbo al escenario (bromeó con los que llegaban tarde, diciendo que él venía de Holanda y aun así estuvo a tiempo). La traductora del violinista fue la conductora de espectáculos Atala Sarmiento, que hizo una labor seca y con varios errores, ya ni por que tenía, al parecer, un teleprompter a sus pies. André comenzó a dirigir con su Stradivarius en mano y el primer número relevante del programa fue el famoso vals de Johann Strauss II Cuentos de los bosques de Viena, con una interpretación repleta de cortes y bromas (un tanto exageradas) por parte del citarista. Lo siguiente, un arreglo poco convencional y adecuado del Nessun dorma, con tres tenores de los cuales, sólo el francés tenía buena línea de canto, mientras que los otros dos ya caminaban por la calle de la amargura. Por otro lado, de las sopranos que se presentaron destacaron dos de origen chino, cantando una melodía tradicional que conmovió a varios. Se cerró la primera parte del concierto con el afamado Hallelujah  de Händel y las ovaciones no faltaron.


La segunda parte fue más interesante desde el punto de vista de la diversidad. Iniciaron las chicas de la orquesta bailando una danza tradicional neerlandesa, continuando con otras piezas de menor interés, hasta que llegó la hermosa aria de La Traviata, que fue tocada con la música original, Ah, for'sé lui. La ejecución fue buena por parte de la soprano y fue uno de los puntos más altos de la noche. Como siempre, no podía faltar el Cielito lindo y más si se está en México, para lo cual solicitó el apoyo del público, argumentando que si lo hacíamos bien, saldríamos en el disco que se editaría. Casi para terminar, ofreció una versión recortada del rey de todos los valses, An der schönen blauen Donau, o como se conoce de este lado del charco, El Danubio azul, también de Johann Strauss II. Varios ocuparon los pasillos como pista de baile.

Para cerrar el programa, concluyó con el célebre Bolero de Maurice Ravel. En ese punto, seguía lamentando la acústica irregular del Auditorio Nacional, pero sobre todo, la mala calidad del audio y equipo, o los mediocres ingenieros de sonido. Supongo que son del mismo equipo de Rieu, pero no es la primera vez que vienen a este recinto y tienen el tiempo adecuado para probar consolas, bocinas y demás equipo, no hay perdón. Casi se me revientan los tímpanos con el bombo y platillos del final de esta pieza. De propinas, La paloma, la Habanera de la ópera Carmen, el brindis de La Traviata, incluso un Rock & Roll con la pianista bailando encima de su pobre instrumento y, por su puesto no podía faltar, la querida Marcha Radetzky de Johann Strauss padre.


Cierto es que hay mucho de tosco y hasta vulgar en los arreglos que ha hecho con piezas de los Strauss y otros compositores: mete o quita instrumentos, apabulla con fortísimos y rubatos exagerados, no hay espacio para el fraseo ni legato, opta por tempi más rápidos de lo usual y hace recortes aquí y allá. Los puristas incluso lo tacharán de sacrílego, pero no podemos negar que autores de la talla de Liszt hicieron también transcripciones y arreglos a música de sus contemporáneos; no estoy queriendo cotejar, pues no hay punto de comparación, simplemente calmar las aguas. Verdaderamente, más allá del mal gusto, lo que es digno de admiración es la labor del neerlandés. Ha sido un parteaguas para que otros músicos amplíen sus horizontes y no se enclaustren en los conservatorios, teatros y salas de conciertos; pero más importante aún, ha llevado a la gente común y corriente a acercarse a los clásicos, a no tener miedo a escucharlos, a divertirse con sus bromas, a dejar de pensar que sólo las clases altas pueden acceder o entender esas obras y a dejarse llevar por la experiencia sonora y jocosa del espectáculo que monta Rieu. La única persona que conozco que haya tenido una iniciativa e impacto similares fue "Big Pava", con sus famosos Los tres tenores y Pavarotti & friends. Resumiendo, no es un artista que deba medirse con la misma vara, porque es un showman, probablemente, el único en su clase.

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